Shostakovich - Sinfonía Nº 9 - Haitink

>> sábado, 9 de enero de 2010



Las quince sinfonías de Shostakovich de principio a fin.
La integral de Bernard Haitink
Novena sinfonía

La Sinfonía Nº 9 en Mi bemol Op. 70 fue estrenada el 3 de noviembre de 1945 en Leningrado por la Orquesta Filarmónica de dicha ciudad, bajo la dirección de Yevgeny Mravinsky.
El 4 de febrero de 1945 se reúnen en Yalta Churchill, Roosevelt y Stalin. La guerra en Europa está llegando a su fin, la derrota del Tercer Reich es cuestión de meses. Los mandatarios de los países vencedores discuten el nuevo orden político que regirá el continente en la posguerra. El optimismo comienza a aflorar en las ciudades de la Unión Soviética y bajo este ambiente se desarrolla la vida cotidiana de la familia Shostakovich en Moscú. Tras la fría acogida popular a su octava sinfonía, Shostakovich encuentra refugio en la música de cámara y en las clases en el conservatorio; durante 1944 escribe el segundo cuarteto de cuerda (Op. 68) y el trío para violín, violonchelo y piano número 2 (Op. 67) que dedica a Ivan Sollertinsky, recientemente fallecido. Pero a principios de 1945 corre el rumor, en parte sostenido por el compositor, de que Shostakovich está trabajando en una nueva sinfonía al modo de la Novena de Beethoven. Era lo que tocaba, lo que todos esperaban, una magna obra que inspirara una sola palabra: «Victoria».
«Me gustaría componerla para coro, solistas y gran orquesta, siempre que cuente con el material adecuado para el libreto y cuando esté seguro de no ser sospechoso de querer establecer inmodestas analogías», comentó el músico a un colega. A finales de enero de 1945 ya tocaba para compañeros y alumnos fragmentos de una partitura que algunos clasificaron como majestuosa. De forma repentina, Shostakovich interrumpe la composición de la obra en la que está trabajando. Tres meses más tarde, en julio, retoma el trabajo, pero esta vez para escribir un tipo de sinfonía absolutamente diferente a la proyectada. En seis semanas acaba la partitura de una composición que, lejos de evocar a Beethoven, por su humor y por su ligereza más parecen un tributo a Haydn (cuyas sinfonías tocaba al piano cada tarde con Kabalesvsky). ¿Que motivó al compositor a dar un cambio de rumbo tan radical? Puede que no estuviese contento con lo que tenía ya escrito, pudiera ser, también, que, de forma consciente, rehuyera crear nada que pudiera ser motivo de «inmodestas analogías», considerando que nada podía ser comparable a la grandiosa sinfonía homónima del genio de Bonn.
Pero lo más probable es que, con la victoria sobre Hitler ya lograda, Shostakovich sentía que alguien en el Kremlin se apoderaría de una cantata de gloria a la victoria del pueblo soviético, para convertirla en una apoteosis de alabanza y culto a la personalidad del gran líder de la Unión. Tenía ante sí el mismo dilema de siempre, someterse y escribir una obra llena de ambigüedades que contentara a todos, o componer por y para el sufrido pueblo soviético, cuya sangre era la verdadera artífice de la victoria. La respuesta fue clara; privaría a los interesados de la posibilidad de establecer la imposible comparación con la sinfonía «Coral» de Beehoven y daría a las bravas gentes de su amada tierra la alegría y la celebración que estos se merecían.
Pese a su corta duración (no llega a 30 minutos) la sinfonía está estructurada en cinco movimientos, de los cuales los tres últimos se ejecutan sin interrupción. Ya en el primer movimiento (Allegro), estructurado en forma de sonata, es patente la razón para que los que esperaban una apoteósica obra se sintieran decepcionados. Las notas desenfadadas de las cuerdas, los solos de las maderas y las flautas desgranan en la exposición una danza jovial que deriva en motivos algo amenazadores en el desarrollo central. En la recapitulación los temas se presentan a cargo de irónicos solos de violín trenzados con arpegios a cargo del flautín. La característica más peculiar es la interrupción constante y desordenada de una ráfaga de dos notas emitidas por los metales, lo que dota al movimiento de un aire cómico. No han faltado críticos que han llamado a este grupo de notas el «motivo de Stalin», y que el compositor usa para ridiculizar al egocéntrico y metomentodo dictador. El segundo movimiento (Moderato) es casi un adagio que comienza con un lánguido solo de clarinete al que posteriormente se le van uniendo las diferentes maderas para pasar luego al lento discurrir de las cuerdas, en forma de delicada elegía. Como si de alguna forma se nos mostrara la parte mas melancólica de aquella sinfonía que todos esperaban y que no fue.A pesar de ejecutarse unidos los tres últimos movimientos presentan temas diferentes; en el tercero (Presto), un scherzo, en el que las distintas líneas de instrumentos de la orquesta desarrollan unas cadencias llenas de entusiasmo, que se van acelerando cada vez más, hasta ser interrumpidas por un brillante solo de trompeta, no obstante la desenfrenada melodía continua acentuada por los sonidos de las flautas y la pandereta, hasta que, de forma súbita, el ritmo se ralentiza dando paso al siguiente movimiento. Con la notación de Largo, el cuarto movimiento comienza con una sonora fanfarria a cargo de los vientos-metal que da paso a un intimista solo de fagot, contestado a veces por aquéllos. Sin interrupción se entra en el quinto movimiento (Allegretto – Allegro), con una graciosa melodía a cargo del fagot vuelve la alegría y la luminosidad del primer movimiento. Aunque los arpegios ascendentes y descendentes de las cuerdas aparentan trasmitir tensión al desarrollo, lo cierto es que la música desemboca en una danza llena de brillante júbilo y desenfrenadas piruetas, trasmitiendo una sensación de espectáculo gracias al tambor, los redobles de la caja y el batir de la pandereta. El clímax se interrumpe con un último golpe de pandereta como fin de la sinfonía.
Shostakovich predijo: «A los músicos les encantará interpretarla; y los críticos disfrutarán destrozándola». Curiosamente la primera reacción de los comentaristas de los medios oficiales, lejos de ser negativa, fue de aceptación; a esto ayudo la descripción que de la sinfonía hizo Mravinsky: «Es un alegre suspiro de alivio, una obra que ridiculiza la grandilocuencia, y que va contra la autocomplacencia y el dormirse en los laureles». Pero, una vez más, el aparato oficial, tarde pero contundente, actuó de nuevo. En septiembre de 1946 un artículo de la prensa oficial comentaba: «Se propone que la novena sinfonía de Shostakovich es un respiro, un ligero y divertido interludio entre obras significativas, un rechazo temporal a los grandes y serios problemas por la vía de la simplicidad y banales naderías. ¿Pero es este el momento adecuado para que un gran artista desconecte de la situación actual?». En Occidente la crítica fue, desde el comienzo, bastante más dura, aduciendo la manera infantil con que se enfrentaba al nazismo. Finalmente la sinfonía fue incluida en el decreto Zhdanov de 1948, por lo que fue prohibida, junto con otras de sus obras (entre ellas la octava sinfonía, paradójicamente acusada de lo contrario), siendo rehabilitada en 1955.
Al frente de la London Philarmonic Orchestra, Bernard Haitink nos ofrece una magnífica interpretación de esta obra maestra de la ironía, el paradigma de la «mala leche» en la música. Cuentan que mientras oía los ensayos del estreno, Shostakovich, entre bambalinas y sufriendo los primeros tics nerviosos que le acompañaron durante el resto de su vida, no cesaba de repetir para si mismo: «¡Eso es, circo, más circo!».

3 comentarios:

Aguador 9 de enero de 2010, 6:37  

Apreciado Fernando:

Como decís allá en Argentina, este Shostakovich era la máquina, pibe, Me hubiese encantado ver la cara de los jerarcas soviéticos, al encontrarse que en vez de un grandioso acorde inicial, sonaba un primer tiempo de factura haydniana subrayada por loa acostumbrados comentarios sarcásticos del compositor.

En cuanto al cambio de rumbo, creo que Shostakovich no quiso repetir el "éxito" de la Séptima, que también se apropió el PCUS para "simbolizar al pueblo soviético, dirigido por Stalin, su líder bienamado, hacia la victoria final".

Saludos,
Aguador

Elgatosierra 25 de enero de 2010, 7:19  

Cuánto me hubiera gustado estar aquél 3 de noviembre de 1945 en el estreno de esta Sinfonía por Mravinsky con la Filarmónica de Leningrado. Don Yevgeny era uno de mis directores favoritos.
Quizá esta composición sea un fiel reflejo de todas las incoherencias con que le toco vivir en aquellos momentos a Shostakovich. Qué hacían juntos Churchill, Roosevelt y Stalin en Yalta; qué le iba a traer a la Unión Soviética la victoria en la Segunda Guerra Mundial; qué camino seguiría el PCUS y el gobierno encabezado por Stalin con su desmedido “culto a la personalidad”;...
Claro: “¡Eso es, circo, más circo!”
Y yo les diría: De qué ríen ustedes. Son con seres humanos, individuos, personas, con lo que ustedes están tratando. De qué se ríen ustedes, tontos más que tontos.
Otra lección de orquestación con momentos memorables.
Impecable versión de Haitink con la Filarmónica de Londres, que a la sazón estaba en sus mejores momentos.
Aguador, se te saluda muy cordialmente.
Salud, paz, y sonrisas para Don Demetrio, Don Bernardo y nuestros dos Fernandos.
Elgatosierra

Pablo Siana 26 de enero de 2010, 9:51  

Tengo esta caja de la intetral como "oro en paño" y siempre a mano. No me canso nunca de escucharla...

Mozart: Sinfonía Nº 25 - I Mov. - Böhm

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