Poulenc - La voz humana - Lott, Jordan

>> domingo, 25 de septiembre de 2011


Cuando la voz es tragedia


La voz humana es una tragedia lírica escrita en 1927 originalmente para teatro y transformada en 1957 en una versión operística, fruto de la reunión entre dos de las personalidades artísticas más importantes del siglo XX.

Jean Cocteau (1889-1963) nació cerca de París y fue poeta, novelista, dramaturgo, diseñador, autor de libretos y director de cine francés, además de uno de los creadores más influyentes del quehacer artístico occidental. Versátil, iconoclasta y prolífico, Cocteau estuvo asociado al principio con el surrealismo (el movimiento poético fundado por André Breton en 1924). A los 20 años ya había publicado su primer poemario, La lámpara de Aladino, y se había procurado cierto prestigio en la intelectualidad francesa.

El año 1909, el mismo de la edición de su debut literario, fue el elegido por el empresario ruso Serguéi Diáguilev para establecerse en París con sus Ballets Rusos (integrados, entre otros, por el inmenso bailarín Vaslav Nijinski). Para Diáguilev Cocteau escribió el guión del ballet Parade (1917, con música de Erik Satie) y El buey sobre el tejado (1920, con música de Darius Milhaud).

Más adelante, Cocteau extendería una carrera teatral brillante, acompañada por una obra cinematográfica (con películas como La bella y la bestia), pictórica y literaria (con novelas como Los niños terribles) que terminaría convirtiéndolo en una personalidad clave para entender las vanguardias artísticas del 1900.

«Ante todo soy poeta», dijo el artista, dándole la misma categoría de poesía a todas y cada una de sus expresiones, y resumiendo él mismo, con esa frase, la verdadera intención de su obra.

Francis Poulenc
(1899-1963), compositor y pianista, fue uno de los miembros más destacados del llamado grupo de Los Seis, cuyo padrino fue el músico Satie, y que estaba integrado, además de por Poulenc, por Milhaud, Arthur Honegger, Georges Auñe, L. Durey y G. Tailleferre. Su bandera fue revelarse contra la herencia impresionista de Debussy y la conservadora de D’Indy. Entre sus obras más importantes se cuentan: Les biches (ballet, 1924, para Diáguilev), Las tetas de Tiresias (1946, sobre un texto de Apollinaire) y la ópera dramática Los diálogos de carmelitas (1957, a partir del texto de Georges Benanos).

La voz humana
partió de textos de Cocteau y relata en tono de tragedia la ruptura de una relación amorosa. En escena aparece una mujer a quien, por teléfono, su amante le anuncia que va a casarse con otra. La mentira, la locura, la angustia y la muerte son los temas fundamentales de esta pieza que aquí presentamos según la versión de la gran Felicity Lott, junto a la Orchestre de la Suisse Romande, dirigida por Armin Jordan.


Gracias, Sankerib

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Piazzolla - Tango: Zero Hour - Piazzolla y el Quinteto Nuevo Tango

>> domingo, 18 de septiembre de 2011


El mejor disco de Piazzolla


En 1986, Astor Piazzolla era ya una figura de reconocimiento mundial. En sus espaldas cargaba, a veces con orgullo, a veces con pena, un peso absurdo: fue el mayor renovador del tango, lo cual le valió enemigos encendidos en su tierra, y panegiristas incondicionales en el exterior, como para cumplir aquel designio bíblico de que «nadie es profeta en su tierra».
El marplatense hacía con esa música lo que faltaba hacerse: extraerle al tango su fabulosa riqueza musical, sacándolo del la categoría de mero artefacto bailable, y a la vez, conservándole su esencia áspera, sucia, maleva.

Tras esa meta, Astor comenzó como bandoneonista de Aníbal Pichuco Troilo y terminó en las grandes salas de conciertos del mundo, pasando por ser alumno de Nadia Boulanger (antes lo había sido de Alberto Ginastera) y formando grupos de diversas medidas y esencias. Sí: Astor probó con tríos, cuartetos, octetos, nonetos. Con instrumentos puros o enchufados. Con todos, hizo maravillas. Pero conservó una preferencia: el quinteto, formación con cual logró quizá sus más altos momentos.

Por eso Tango: Zero Hour es un disco de depurada madurez. Editado cuatro años antes de su accidente cerebral, formó parte de dos placas consecutivas que grabó con Kip Hanrahan como productor en el sello Nonesuch-American Clavé (la otra, La camorra, homenajeaba la edad antigua tanguera).

En este álbum aparecen algunas viejas partituras a las que Piazzolla no se cansaba de perfeccionar y otras flamantes y profundas, no exentas de humor y vigor. Lo acompaña una selección de músicos que hicieron de la postrera etapa piazzolliana una leyenda: Fernando Suárez Paz (violín), Pablo Ziegler (piano), Horacio Malvicino padre (guitarra) y Héctor Console (contrabajo).

El periodista Fernando González, en el sobre interno del CD, define con exactitud esta formación: «El quinteto ya reflejaba el espíritu de su líder. Este era un grupo cosmopolita y reo, erudito y apasionado, elegante pero también muscular. A veces en el contexto de una misma interpretación, Piazzolla y su grupo podían sugerir por momentos un conjunto de cámara, y en otros sonar con la fuerza de una orquesta de club de barrio».

En cuanto al material, sorprende que un Astor ya proclamado en Europa y Estados Unidos, sitios donde quizá el tango siempre merezca una presentación extramusical, ofrezca en el disco los ingredientes de su estilo propio, el tango del futuro. El maestro lo reduce a una fórmula genial: «tango + tragedia + comedia + kilombo: nuevo tango». Con el recitado de esas palabras se divierte el quinteto de lujo del disco, en la introducción a la Tanguedia III que abre el disco. Suntuosa y elegante, esta pieza tiene un poco después su correlato con Milonga loca que se llamó Tanguedia II en la banda sonora de El exilio de Gardel, donde se oyó por primera vez, más fresca y veloz.

En Tango: Zero Hour hay espacio para el homenaje que el cascarrabias Astor dedicaba a los intérpretes con que elegía rodearse. De esa línea destacan el exigente Concierto para quinteto, con 9 minutos de Piazzolla en estado puro (el de las melodías poderosas y expresivas, el ornamento de los ruidos, la improvisación de velado corte jazzero, la furia y la angustia) y Contrabajísimo, más poético, donde se destaca claro el gran Console, a quien el compositor quería especialmente.

En la legendaria Milonga del ángel, Piazzolla hace que el piano, el violín y la guitarra vayan haciendo un hueco profundo de sonidos melancólicos, para que luego sobre ellos su bandoneón impar haga el foso de hondura final. Michelangelo ’70, un clásico de su etapa electrónica, tiene acá más oscuridad, quizá por la coloratura propia de estos instrumentos, pero también porque los músicos le ponen más sangre de la habitual a sus notas. Mumuki, el tema final, tiene aires de epopeya y un inicio al mando del viejo Malvicino que resulta de antología.

El catálogo piazzolliano es inmenso y por suerte no deja de incrementarse, al compás del prestigio imparable del músico en el mundo. Si bien es difícil contar con la perspectiva completa, no sería raro nombrar a Tango: Zero Hour como la mejor grabación de Astor de todas las que hizo, incluso por encima de aquellas con Agri como violinista o las de los '70.

El dictamen no es antojadizo, vale decirlo, sino que responde a lo que el propio Astor Piazzolla pensaba y que figura como un epígrafe en la contratapa del CD: «Es ésta con seguridad la mejor grabación que hice en toda mi vida. Pusimos nuestras almas en este registro». Es palabra de Astor.

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Adès - Asyla - Rattle

>> domingo, 11 de septiembre de 2011



Emoción y aplausos en la música contemporánea


Hace tiempo, elcuervolopez ofrecía un atractivo disco con obras de Detlev Glanert, en un post no exento de socarronería y que dio origen a la siguiente reflexión.
No era El Cuervo el único «enemigo declarado» de la llamada música contemporánea, eso ya lo sabemos, pero sus argumentos contra la misma, vertidos por ejemplo en la irónica presentación del citado disco, nos permiten arremeter contra esas mismas excusas interpuestas para desprestigiar esta vertiente experimental de buena parte del repertorio musical sinfónico del siglo XX y del actual.
En efecto, nuestro recordado amigo remarcaba con su habitual socarronería la escasa capacidad emocional de las obras adscriptas a esta vertiente, y por supuesto, su patente impotencia para despertar aplausos.
Pue bien: no concuerdo para nada ni con el desprecio irrestricto a estas obras ni mucho menos con los parámetros utilizados para rechazarlas. Como prueba de mi apertura a estas piezas puedo ofrecer sendos artículos publicados en este blog con mi firma, uno referido a la sinfonía Turangalîla, de Olivier Messiaen, y otro a un CD con piezas de Luigi Nono o Gyorgy Kurtág.

Las razones
¿Por qué no me parecen en absoluto válidos esos parámetros? Por dos razones, diríase, contrapuestas. La primera razón es que no veo por qué hemos de valorar la calidad o validez de una obra por su mera «capacidad de despertar emociones». Se trata ésta de una variable tan tremendamente subjetiva, que se convierte casi en una sinrazón. Y esto porque así como hay personas que tiemblan de emoción al escuchar, por ejemplo, una canción de Ricardo Arjona, a mí me resulta particularmente vulgar.
Del mismo modo, difícilmente conseguiremos que un oyente de Maná, tiemble de pavor con el primer movimiento de la Novena de Mahler, como a mí me pasa. Y esto mismo puede pensarse a la hora de considerar la emotividad de una obra de manera tan tajante: no veo por qué no ciertos tramos de la mencionada Turangalîla no sean capaces de acongojar, de excitar, de vibrar, en suma, de hacer de la escucha una cuestión «de piel».
A mi juicio, no debe ser esta sola capacidad o su ausencia la que nos lleve a juzgar una obra.
No se me ocurriría pedirle «emoción pura» a la obra Autobahn, de Kraftwerk, como no le pediré «objetivismo» o «experimentación sonora» a un vals de Strauss II (h).
La otra razón es más sencilla y tiene que ver con lo anterior: como digo, no soy de remitirme a ese parámetro exclusivo a la hora de juzgar una obra. Pero al mismo tiempo, podemos argumentar ad hominen, y suponer que vamos a dejar que sea ésa la variable. Ya lo habíamos adelantado: sí que hay obras capaces de emocionar. De llenar las salas de conciertos. De despertar aplausos rabiosos.

Las pruebas
Tales afirmaciones serían gratuitas si no viniesen acompañadas de una prueba que las confirme.
Y aquí la traigo. Se trata de la obra Asyla, del inglés Thomas Adès. Una obra contemporánea «hecha y derecha», para decirlo también socarronamente. Se trata de una especie de mini sinfonía en cuatro movimientos, regida por los ritmos irregulares, por el uso activo de la percusión, las disonancias y la utilización de instrumentos no convencionales. Entre éstos aparecen un gong que es hundido en un tarro de agua, una bolsa llena de tenedores que son golpeados por una madera o la tapa de un piano que es cerrada abruptamente.
Fuera de esos golpes de efecto, la pieza del joven compositor inglés se permite momentos muy emotivos. Entre ellos, el segundo movimiento, por ejemplo, que en ritmo de adagio explora las capacidades expresivas de los instrumentos de la orquesta (en este caso, nada menos que la Filarmónica de Berlín), para tratarla como pequeños grupos de cámara que van sonando alternadamente. O el tercer movimiento, subtitulado Ecstasio, capaz de intrigar con su sonoridad enloquecida.
La versión que aquí se ofrece es la del estreno de esta obra, en 2002, por la Berliner Philharmoniker, dirigida por Simon Rattle, en su concierto de presentación como titular de la célebre agrupación. Se trata de un registro que sólo apareció comercialmente en DVD (en una edición que incluía como pieza central la Sinfonía Nº 5 de Gustav Mahler), y por eso tiene especial valor esta entrega, pues permite oír las pistas sonoras como si estuviéramos sólo ante el disco. Como para no distraernos con las contorsiones de los intérpretes.
Por supuesto, los lectores-oyentes podrán medir por ellos mismos la capacidad emotiva de la pieza y escuchar, además, la ovación que le regala a la interpretación el exigente público berlinés.

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Villa-Lobos, Françaix, Lipatti, Berger - Música para maderas - Aulos

>> domingo, 4 de septiembre de 2011


Vientos de cambio

Si se piensa en el panorama de Mendoza, Argentina de hace apenas 15 años atrás, la aparición de un disco como este, Música para maderas, del cuarteto Aulos, no deja de sorprender. Junto con la de este álbum, la edición de De Mozart a Piazzolla (cuarteto Harmony) significó un nuevo impulso para hacer surgir el mercado de discos clásicos en la provincia. Este CD da un paso más hacia esa saludable tendencia al ofrecer un repertorio con autores del siglo XX, en su mayoría desconocidos en estas latitudes. El brasileño Heitor Villa-Lobos (con Cuarteto), Jean Françaix (Cuarteto para maderas), el recordado pianista y compositor rumano Dinu Lipatti (Aubade para cuarteto de maderas) y Arthur Berger (Cuarteto en Do mayor) son interpretados de un modo tan reconcentrado como apasionado por los pulmones de este grupo.
Claro, porque hay una clave en todo esto. Y es que Aulos está integrado por los más importantes ejecutantes de estos instrumentos que posee actualmente Mendoza: Sergio Ruestch (fagot), Julio Lonigro (clarinete), Alejandra García Trabucco (oboe) y Beatriz Plana (flauta), todos con experiencia académica y reconocimientos dentro y fuera de nuestras fronteras. A eso, finalmente, habría que sumarIe una edición excelente, con aceptable sonido, buen diseño. Con todos esos ingredientes, no nos queda otra opción que escuchar con placer.

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Mozart: Sinfonía Nº 25 - I Mov. - Böhm

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