Shostakovich - Sinfonía Nº 8 - Haitink

>> domingo, 6 de diciembre de 2009



Las quince sinfonías de Shostakovich de principio a fin. La integral de Bernard Haitink: Octava sinfonía

La Sinfonía Nº 8 en Do menor Op. 65 fue estrenada el 4 de noviembre de 1943 por la Orquesta Filarmónica de Leningrado, bajo la dirección de Yevgeny Mravinsky, a quien Shostakovich dedicó la obra.
Tras la batalla de Stalingrado culminada en febrero de 1943, que supuso no solo la estabilización del frente, sino la toma de las iniciativas bélicas por parte del Ejército Rojo, el gobierno de la URSS decide fomentar una situación de normalidad en la retaguardia con el fin de aumentar la moral de una población excesivamente castigada por la guerra. «No lo olviden, calle Kírov, número 21, apartamento 48, esta es nuestra nueva dirección en Moscú» recuerda Galina, la hija de Shostakovich, que su padre les hacía repetir a ella y a su hermano en la primavera de 1943, cuando el gobierno soviético decide trasladar de nuevo a la capital a los evacuados en Kuibyshev.
Una vez estrenada la séptima sinfonía, Shostakovich decide componer una ópera basada en la comedia de Gógol Los jugadores, inspirado por la similitud de los personajes de la comedia (tahúres y timadores) con los políticos que firmaron el pacto de Munich. La particularidad de esta nueva obra consistía en la falta de libreto: Shostakovich se impuso aplicar la música al texto integro de la comedia palabra por palabra, sin alteraciones ni cortes. Casi acabado el primer acto, Shostakovich se da por vencido, el formato de composición no tiene una viabilidad real. Sí completó su segunda sonata para piano y la serie de seis romances sobre versos de poetas ingleses. Pero algo le impedía componer con la soltura acostumbrada, a la escritora armenia Marietta Shahinyan le comentó: «Últimamente algo no me deja trabajar. Y cuando no trabajo me duele tremendamente la cabeza. En este momento no puedo soportar la ópera, incluso el ballet me repugna. La única cosa que me atrae es la sinfonía; quiero escribir mi octava sinfonía». Comenzó a componer la sinfonía a principios de julio de 1943, para terminarla el 9 de septiembre de ese año. En una entrevista afirma: «La he escrito muy rápidamente, en poco más de dos meses. No tenía ningún plan preconcebido para esta sinfonía... En ella no se describe ningún suceso concreto. Expresa mis pensamientos y experiencias, mi estado más alto de creatividad, y, como no, influenciado por las alegres noticias relacionadas con las victorias del Ejército Rojo».
La obra está estructurada en cinco movimientos y es algo más corta en duración que la anterior, alrededor de 60 minutos. Tras iniciarse con unos compases tocados en fortíssimo que algunos señalan como un «motivo del destino», el primer movimiento (Adagio) asocia un planteamiento lento e introspectivo a la forma sonata con la exposición, un desarrollo y la recapitulación. En el movimiento, de extensión desmesurada con respecto a los demás (dura aproximadamente 30 minutos), no obstante prevalece la expresión sobre la forma, como en la Quinta sinfonía los temas en el desarrollo son distorsionados hasta el extremo, así el patético sentimiento de los primeros compases deviene en un fragmento épico, catastrófico y desolador. De igual manera el tempo se va incrementando gradualmente para pasar de un adagio a un apremiante allegro, lo que hace más brutal el avance hacia el clímax y la distorsión final. La estridencia de las maderas y de las flautas (la partitura requiere dos piccolos), las fanfarrias a cargo de los metales y la percusión ayudan a incrementar el frenesí gracias a la sucesión y la combinación de figuras rítmicas; un solo de corno inglés nos presenta una versión disonante del primario «motivo del destino» que fluye hacia una reexposición del tema secundario. El segundo movimiento (Allegretto), de aproximadamente 6 minutos de duración, es un scherzo en forma de marcha, cuya particularidad es el repetido intento de convertirse en danza, estériles intentos dado el tono grotesco de la interpretación, los furiosos ostinati y las agrias disonancias de los vientos.
El tercer movimiento (Allegro non troppo) , con una duración similar al anterior, es una tocata que, al contrario, no se mueve hacía la danza sino que la interpretación progresa como el motor de una maquina pasando por encima de los aullantes vientos-madera. Hay quien define este pasaje como «la descripción de una batalla», hay quien ve «el aplastamiento del individuo» por el sistema soviético; en cualquier caso los ansiosos ostinati dan paso a las brillantes notas de las trompetas que enfatizan, después junto con la toda la orquesta, el clímax que da paso al Largo. A este cuarto movimiento (de aproximadamente 10 minutos) se pasa sin interrupción desde el tercero y lo mismo sucede en su transito al quinto. El Largo es un tenebroso pasacalles sobre una marcha fúnebre que se expone doce veces a lo largo del movimiento, elaborando un clima de angustia y de profunda aflicción. Los quince minutos que dura el movimiento final (Allegretto) comienzan con un solo de fagot cuyas melodías pastorales son rápidamente ensombrecidas por la excitación del tiempo, las fugas y progresiones cromáticas y, sobre todo la brutal vuelta a las ideas del primer movimiento (agudos sonidos de flauta sobre sombríos bajos, torsión extrema de las líneas melódicas, etc...). Los últimos compases, basados en el pizzicato de la cuerdas, sin embargo transmiten dulzura y tranquilidad de espíritu, como si la magnitud sonora de la partitura se mezclara irónicamente con la triste sensación de una profunda herida, con el amargo recuerdo de una conciencia lacerada. Simplemente, aquí el héroe no triunfa, sobrevive.
La inexistencia de un esplendoroso final y la dureza de su concepción restó popularidad a la sinfonía. La que fue calificada como «su obra más trágica» no tuvo una buena acogida, tanto por el público, que ha empezado a valorarla en tiempos más o menos recientes; como por las autoridades. Éstas, en un intento de usarla como medio de propaganda, la subtitularon «Stalingrado», denominación que fue perdiendo al terminar la guerra. En el pleno de la Unión de Compositores celebrado en marzo de 1944 fue duramente criticada, entre otros, por Prokófiev y en 1948, tras el informe Zhdánov, fue prohibida su interpretación. Ocho años más tarde fue rehabilitada en un concierto de la Filarmónica de Moscú dirigida por Samuil Samosud.
Bernard Haitink con la Concertgebouw Orchestra nos ofrece una óptima lectura de esta ópera imaginaria y abstracta, carente de palabras, la cual no se inspira en una comedia de Gógol, sino en la inquietante realidad; la Octava sinfonía de Dmitri Shostakovich.


2 comentarios:

Anónimo 6 de diciembre de 2009, 6:14  

La sinfonía con la que he vivido estos últimos meses. El comentario de Shostakovich sobre que no tenía ningún plan pre concebido para su creación, sino que se trataba de un impulso artístico único, me recuerda inevitablemente lo que decía Mahler cuando la creación de su Quinta. En ambos casos, los contextos espirituales se han repetido. Si un evento biográfico incentivó a Shostakovich (los triunfos del ejército Rojo), el descubrimiento del fuego del amor de Alma señalaba, en cierta forma, el comienzo de una etapa revolucionaria en la historia de la música.
Estimado Fernando de León, muchas gracias.

En esta obra, con la debida consideración por los grandes como Haitink o Kondrashin, no hay quien supere a André Previn y la Sinfónica de Londres. Soberbia.

V.

Elgatosierra 15 de diciembre de 2009, 5:09  

Ya estoy aquí, por fin he llegado a esta maravilla, a esta incuestionable obra maestra. Y en primer lugar quiero dar mi más total enhorabuena al autor del post, Don Fernando de León, y al anfitrión del blog, Don Fernando G. Toledo. Qué placer y que satisfacción poder compartir estos textos y estas músicas.
Sin lugar a duda esta Octava Sinfonía es una de las cumbres creativas de nuestro querido compositor.
Asociada con el destino, yo la pondría en relación con la Quinta del GIGANTE de Bonn. Desolación, expresividad, fuerza, patetismo..., y cómo podría ser de otra forma en aquel 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Y qué destino le aguardaba a la humanidad. Terminada aquella irracional tragedia nos daríamos cuenta que nadie había ganado y todos habíamos perdido algo fundamental, humanidad. Ahora éramos mucho más inhumanos. La brutalidad se había adueñado de nosotros. ¡Qué tristeza!
No sé si la voluntad del maestro fue componer una música en contra de la guerra, pero lo cierto es que yo creo que es uno de los himnos pacifistas más bellos que conozco. La interpretación de Haitink con la Concertgebouw es soberbia, de matrícula de honor, uno de los mayores logros del ciclo, si no el mayor.
Ciertamente esta Sinfonía está muy bien servida, y en entre mis preferidas, además de esta por supuesto, están las de Evgueni Mravinski con la Filarmónica de Leningrado, Kirill Kondrachine con la Filarmónica de Moscú, Guennadi Rojdestvenski con la Sinfónica de Ministerio de Cultura de la URSS, Kurt Sanderlig con la Sinfónica de Berlín y como apunta Veglio, se le saluda muy cordialmente, André Previn con la Sinfónica de Londres.
Así que muchas gracias, salud, paz y unas sonrisas para los dos Fernandos, Bernanrdo y Demetrio.
Elgatosierra

Mozart: Sinfonía Nº 25 - I Mov. - Böhm

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