Genesis - Selling England by the Pound

>> sábado, 16 de febrero de 2019



Poesía y belleza del mejor Genesis



Un nombre no basta para identificar a un grupo y he aquí una prueba: la discografía de Genesis comienza en 1969 y se extiende hasta estos días. Pero sería un error, tal vez, pensar que hay una clara unidad en las etapas de su vida musical. Cierto es que los artistas atraviesan procesos y que no sería reprochable que explorasen estéticas nuevas que le otorguen libertad a su propuesta: Los Beatles, por caso, no se parecen entre Please, Please Me (1963) y Abbey Road (1969). Lo que sí muestran es una evolución y no un retroceso.

En Genesis y contra lo que a los oyentes que descubrieron al grupo en los ’80 les pueda parecer la música era en los ’70 una arcilla virgen a partir de la cual todo se podía hacer por vez primera. Luego, la premisa comercial y quizá una entendible fatiga ante el compromiso de realizar obras más complejas, hicieron de la cada vez más desbandada banda un producto de FM.

Desde su tímido debut (From Genesis to Revelation), el conjunto liderado por Peter Gabriel tuvo el afán que los restantes músicos que adhirieron al rock progresivo ponían por delante de todo: la riqueza instrumental, la exploración, la certeza de que esta música podía parangonarse con la culta. Y ya con discos posteriores, pero sobre todo con Nursery Cryme y Foxtrot, Genesis dio a luz una música magistral. Tenía materia prima para hacerlo: al poderoso genio de Gabriel (voz, flauta, percusión, oboe) había que sumarle al virtuoso Steve Hackett (guitarras), al exquisito Tony Banks (teclados), al versátil Mike Rutherford (bajo, guitarra, sitar) y al futuro discutido líder, Phil Collins (batería, percusión, voces).

Si las obras anteriores son consideradas cimas en el rock sinfónico, 1973 deparará uno de los álbumes más hermosos jamás grabados, y también más ricos líricamente. Selling England by the Pound seducía desde su portada: al provocativo título (algo así como «vendiendo Inglaterra por libras -kilos-») se le sumaba una estupenda pintura en cuyo centro se veía a una mendiga dormida sobre un banco de plaza.

La tierra baldía

Era una imagen perfecta que a la vez se ilustraba con una canción interna, pero tenía un primer epígrafe en Dancing with the Moonlit Night, la pista de apertura. No se trata de una mera canción: es una pieza maestra desbordada de belleza en la que nada parece quedar librado al azar.

Si aquí la voz de Gabriel que empieza a capella es uno de sus más altos momentos vocales, la música no le va en zaga. Climas hipnóticos, brillantes arreglos de piano y Mellotron, solos de guitarra punzante y rasgueos acústicos, una flauta sutil, una percusión poderosa... Y, por si fuera poco, la poesía de su letra.

No hace falta dejar correr demasiado las palabras para, después de la alusión al Manifiesto del Partido Laborista Británico, encontrar un parentesco con The Waste Land (La tierra baldía), de T. S. Eliot. Hay aquí también un paisaje desolado, identificable con Londres. Y están también los personajes comunes, la polifonía de discursos, las citas a Los Caballeros de la Mesa Redonda.

La tentación de repetir la canción mil veces es mucha, pero sería un error si se pone a andar el disco: a Dancing... le sigue I Know What I Like (In Your Wardrobe), el tema inspirado en el cuadro de la tapa, una canción colorida de instrumentos y quizá preámbulo de la etapa solitaria de Gabriel.

Luego, otra canción monumental: Firth of Fifth, de una complejidad instrumental (altos momentos de Banks y Hackett) que se disimula merced a una melodía cambiante, pero de gran pureza.

Un punto negro en el recorrido del disco está en lo que viene: More Fool Me, un tema cantado por Phil Collins en el que el baterista elige un falsete que no le queda bien para una canción intrascendente y que no aporta en nada a la obra total.

Por suerte, The Battle of Epping Forest viene a poner las cosas en orden: una canción épica sobre una banda callejera en la que brilla de nuevo la lírica, y la música, lejos de los lucimientos particulares, se acomoda casi operísticamente al sentido de la historia que cuenta.

El instrumental After the Ordeal es hermoso, y cumple una función: introduce a la manera de leitmotiv algunas sonoridades ya oídas para dar sensación de completo y dar paso a otra partitura grandiosa: The Cinema Show.

Regresan en ella las sutilezas, los personajes literarios, la voz perfecta de Gabriel, con coros de Collins, ahora sí acordes. Son 11 minutos inolvidables desde la primera escucha. Como despedida, Aisle of Plenty repite la melodía de la primera canción, con nueva letra, y se cierra uno de los mejores discos de rock grabados en la década.

A Genesis le quedaría al menos un disco mayor todavía (The Lamb Lies on Broadway) para aprovechar el liderazgo de Peter Gabriel, antes de un paulatino abandono por el progresivo sinfónico y el arrojo hacia los brazos más cómodos del pop. Quizá haya uno, dos y hasta tres Genesis, está dicho. Pero el de Selling England by the Pound, qué duda cabe, es el mejor de todos.

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