Mahler - Sinfonía Nº 5 - VV.AA.

>> jueves, 20 de agosto de 2015



Cinco Quintas por las «cinco grandes»


El trabajo de talentosos directores, el crecimiento interpretativo de los ensambles orquestales y el auge de las grabaciones fonográficas hicieron, desde mediados de los años ’50 del siglo pasado, que se hablara usualmente de las Big Five Orchestras, es decir, las cinco mejores orquestas estadounidenses. En ese honroso puesto se ubicaban la New York Philharmonic (en esos tiempos liderada por Leopold Stokowski y Dimitri Mitropoulos), la Boston Symphony Orchestra (Charles Munch), Chicago Symphony Orchestra (Rafael Kubelik y luego Fritz Reiner), Philadelphia Orchestra (Eugene Ormandy) y The Cleveland Orchestra (George Szell).

Es por esos años, mediados del siglo XX, cuando la música de Gustav Mahler comienza a ganar espacio y predicamento, en gran medida gracias a la mayoría de esos directores y esas agrupaciones, que junto a las aun más prestigiosas del otro lado del océano (Koninklijk Concertgebouworkest Amsterdam, Wiener Philharmoniker, Wiener Symphoniker, London Philharmonic, London Symphony Orchestra, Ceska Filharmonie, Runfunk-Sinfonieorchester Leipzig) programaron en sus conciertos las sinfonías y canciones del compositor austríaco. Una década más tarde, la labor apasionada de Leonard Bernstein, sumada a la de otros directores, hicieron posible que «el tiempo de Mahler llegara».

Como un modo de celebrar la larga relación entre las big five y la música de Mahler, ofrezco aquí un juego con el número cinco: cinco grabaciones de la Sinfonía Nº 5 de Mahler por las cinco grandes orquestas estadounidenses.

Las versiones

No he elegido, entre las opciones disponibles, las más previsibles. Si bien con la orquesta de Chicago tenemos tres Quintas registradas por brillantes batutas mahlerianas (dos de Georg Solti y una de Claudio Abbado), ofrezco una más polémica y menos transitada: la de Daniel Barenboim.

Con la orquesta de Philadelphia, en tanto, si bien tenemos una atesorable grabación en vivo de Hermann Scherchen y una en estudio de gran calidad de James Levine, propongo una de las dos más recientes (la otra es de Cristoph Eschenbach): la del joven titular de la orquesta, Yannick Nézet-Séguin.

En tanto, de la Filarmónica de Nueva York (a la que le cabe el honor de ostentar la primera grabación íntegra de la Quinta de la historia, con Bruno Walter en la batuta), he escogido la notable lectura de quien fuera su titular por trece años: Zubin Mehta [ya mencionada en el recorrido por la discografía esencial de esta obra].

La  Boston Symphony Orchestra ha dejado registradas dos Quintas de Mahler: una, de 1963, con Erich Leindorf en la dirección. La otra, que elegimos aquí, la del ciclo de Seiji Ozawa para Philips (1990).

Por último, la Orquesta de Cleveland –quizá la que ha tenido más directores titulares afines a Mahler (Leinsdorf, Szell, Boulez, Maazel)– sólo tiene una versión de la Sinfonía Nº 5 inscripta en la discografía oficial: la que el maestro Christoph von Dohnányi dejó para su ciclo inconcluso para Decca en 1998.

Acaso este recorte parcial permita ilustrar de algún modo la relación histórica entre las orquestas estadounidenses y Mahler, quien fue titular de la Filarmónica de New York en los albores del siglo XX, orquesta con la que, además, dirigió el último concierto de su vida.



The Cleveland Orchestra - Christoph von Dohnányi (1988)

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New York Philharmonic - Zubin Mehta (1989)

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Boston Symphony Orchestra - Seiji Ozawa (1990)

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Chicago Symphony Orchestra - Daniel Barenboim (1997)

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The Philadelphia Orchestra - Yannick Nézet-Séguin (2010)




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King Crimson - Red

>> miércoles, 12 de agosto de 2015



La roja estocada de King Crimson



King Crimson ya era una banda mayúscula cuando, en 1974, Red salió a la calle. Con su debut (In The Court Of Crimson King), el grupo londinense se había ganado un lugar en la inmortalidad, pero sus aportes continuaron con una seguidilla impresionante de piezas maestras.

 Versátil como pocos, el guitarrista Robert Fripp (alma máter del grupo) soportó el recambio constante de las formaciones y ahora tenía a su lado al cantante y bajista John Wetton y al ex baterista de Yes Bill Bruford, quienes junto al violinista David Cross y ocasionales invitados habían grabado dos placas fundamentales como Lark’s Tongues In Aspic y Starless and Bible Black. Pero de pronto, y mientras más afiatada sonaba esta formación, Fripp se decide a dar un golpe de timón: reduce el grupo a un power-trío, pone a Cross como convidado y convoca a algunos músicos de discos anteriores para dar una estocada última antes de disolver el grupo. El final no sería tal, claro (seis años más tardes, King Crimson volvió al ruedo), pero Red acabó siendo un disco extraordinario, con cinco composiciones que engalanaron una discografía admirable y que todavía hoy encandila con su brillo.

Repasar el disco en palabras es una delicia y, a la vez, una injusticia. Pero el esfuerzo vale la pena. El instrumental Red abre el fuego, y para hacer honor al color, resulta una pista «incendiaria»: hay algo de bramido en la guitarra de Fripp, en el bajo de Wetton. Hay color y potencia en la batería múltiple de Bruford, y hasta en los violines que multiplica el ronco Mellotron (¿a cargo de David Cross?). Que algunos vean aquí algo del grunge que 20 años más tarde llevaría a la fama a los grupos de Seattle no es extraño si se atiende exclusivamente a esa potencia sonora que Red despliega, pero hay que decir que aquí no hay gestos ni muecas, no hay bravuconadas. Hay sólo genio.

Después de tanta intensidad, Fallen Angel (que amenaza en el preludio a seguir la posta del tema antecedente), ofrece un cálido reposo. Se trata de una balada más cercana a las de Lark’s Tongues… También acá Wetton se deja ver no sólo como un cantante vigoroso y dotado, sino también como un sutil ejecutante del bajo. La banda recupera en esta canción los vientos de Ian McDonald y Mel Collins, dos «ex» . Sus saxos, más el oboe de Robin Miller (y al final, la trompeta de Marc Charig) se ubican por detrás de la voz del cantante, en ocasiones, y del solo de Fripp en otras, pero recrean una pared melódica que le da peso específico a un tema cuya lírica de Palmer-James (mucho menos inspirada que la de Peter Sinfield, el letrista anterior) le canta a un pandillero de Nueva York.

One More Red Nightmare reedita el furor de la primera pista. Ritmo, unas bases endemoniadas y una penetrante guitarra eléctrica hacen de ésta una canción imposible de desatender. Pero lo que tiene de sensual no hace mella en su riqueza interna. En el intermezzo, por ejemplo propone un rico punteo de guitarra que el saxo de Collins sazona con pasión.

Providence continúa la línea del tema Lark’s Tongues In Aspic Part 1 y, también, la pertenencia de la música crimsoniana al universo de la música culta. Siguiendo cierto expresionismo propio de Stravinsky, Bartók, este tema (que no desecha la improvisación) no se parece en nada al resto de los títulos. Comienza con el violín de David Cross que va y viene, mientras invita al resto de los instrumentos (bajo, saxos, batería, teclados y guitarras) a sumarse a la juerga. Son ocho minutos notables y desafiantes, que bien podrían estar firmados por un Luigi Nono o un György Kurtág, por nombrar sólo a dos compositores destacados del siglo anterior.

Luego, el final del disco termina siendo apoteótico: Starless, quizá la más bella de las canciones de Crimson, podría ser una simple balada. Comienza con un misterioso tapizado de Mellotron sobre el que Fripp pone de inmediato la melodía principal con su guitarra mágica. Pero luego de que Wetton, Fripp desarrollan el tema viene un impresionante crescendo que da cabida a todos los instrumentistas del álbum, en cuatro minutos magníficos tanto melódica como interpretativamente. Tras el vendaval, el reposo baladístico retorna y se repite, como se repite la frase del estribillo que alude al título del álbum precedente del grupo, «Starless and Bible Black».

Si Starless clausura tanto el álbum como esta formación legendaria de King Crimson, es por contrapartida mucho más lo que se abre después de este disco. Es que Red caló hondo en las bandas progresivas y en el rock todo, y resultó germen para numerosos grupos cuya enumeración demandaría más que una simple página. Si el disco fue considerado en los ’70 una pieza maestra, hoy no les menos. El tiempo en este caso le ha agregado dos virtudes: a 30 años de su edición, Red suena todavía actual, y además, imprescindible.

Publicado en la columna Oído fino, en Diario Uno de Mendoza (2005)

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Mahler - Sinfonía Nº 5 - Scherchen (Viena)

>> lunes, 3 de agosto de 2015



En enero de 2011 ofrecí, desde este blog, mi aporte al recorrido de la discografía esencial de Mahler, con el turno de la SinfoníaNº 5, compuesta a principios del siglo XX por el compositor austríaco. Por ese entonces, mencioné al pasar los aportes del director alemán Hermann Scherchen a la partitura: pensaba, en esa ocasión, que el carácter polémico de sus lecturas no lo hacían encajar en la serie de «esenciales» de la Quinta sino, más bien, entre las versiones «peculiares».

El tiempo, las nuevas escuchas y el aporte de lecturas, me ha llevado a rever esa decisión y por ello he querido sumar a aquel ensayo, un capítulo dedicado a al menos una de las versiones de la Sinfonía Nº 5 por Scherchen. Debido a que, en cierto modo, también el escrito tiene cierta independencia, lo publico ahora aquí. Una decisión similar he tomado con la serie de artículos de la Sinfonía Nº6. Allí, la versión de Scherchen, merece también su inclusión, que aparecerá en breve. Con estas puntuales actualizaciones, retomamos el trabajo (lento y esforzado, pero placentero) de ofrecer una serie de escritos con la «discografía esencial» para Mahler. Esperemos darla pronto por concluida.


Una Quinta de Scherchen sin cortes

Las lecturas del director alemán Hermann Scherchen (1891-1966) se cuentan entre las más polémicas. Y no hablamos sólo de las partituras de Mahler, sino de la mayoría de las que abordó con su estilo personal. Lo innegable: jamás nos dejan indiferentes.

De todas las obras de Mahler, la Quinta fue la obra que Scherchen más interpretó y grabó. Contamos con cuatro registros oficiales de esta sinfonía con su batuta, y sin embargo sólo uno de ellos (el único, por cierto, en estudio) no está lastrado por el elemento más polémico de todos: los cortes con que solía intervenir las partituras.

Las razones de esos cortes se desconocen, pero sin embargo no son insólitos: el propio Mahler era afecto a hacerlos en las obras que dirigía. Vale decir, igualmente, que incluso con esos recortes –que en esta obra aplicó ¡al Scherzo y al Finale!– las rendiciones de Scherchen son notables. Como fuere, para una discografía «esencial», como se propone esta, creemos que hemos de elegir su versión con la Wiener Staatsopernorchester (es decir, la Filarmónica de Viena), publicada en 1953. Dejamos de lado, entonces, las versiones con la Sinfónica de la RAI (1962), con la Philadelphia Orchestra (1964) y con la Orchestre National de l’ORTF (1965).

Si salimos de excursión por las versiones históricas de la Quinta, el paso de la versión de Walter de 1947 a la de Hermann Scherchen con la orquesta de Viena puede dejarnos sumidos en el estremecimiento. Nada hay de elegancia y frialdad en este conductor. El trio del primer movimiento, con su aceleración frenética, bien lo muestra, y permite dejar atrás un comienzo algo distante con el solo de trompeta (en todo este movimiento se destaca más su versión con la Orquesta de la Radio Francesa). Ya en el Stürmisch bewegt, Scherchen ingresa en el campo que mejor domina, y arrastra al cuerpo orquestal a una furia notable: esa furia quizá explica el golpe de timbal con el que cierra este movimiento... aunque no figure en la partitura. 

Luego, ciertamente podremos encontrar mejores versiones del Scherzo, pero ciertamente pareciera que en él Scherchen se adelanta a lecturas posteriores, con su abordaje moderno del mismo. Al Adagietto le pone la dosis justa de lirismo sin caer en la extrema melancolía de su versión con la Philadelphia Orchestra y, finalmente, en el Finale el maestro alemán nos lleva a un recorrido como quien nos hunde en una novela a la que de pronto hemos comenzado a protagonizar, identificándonos con la emoción de esta música magnífica. 

Por su valor documental, por su novedad y su fuerza, esta versión de la Quinta por Scherchen es sin dudas ineludible, aunque no pueda catalogarse como paradigmática. 


También en Oído Fino: Discografía esencial de la Quinta sinfonía de Mahler.

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Mozart: Sinfonía Nº 25 - I Mov. - Böhm

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