El enigma de un pianista
Homenaje a Satie, a 90 años de su muerte
Tributo a João Paulo Santos
I
Era un silencio natal. El de los
primeros días, el de la luz primigenia y el dolor del hambre. El silencio de
una habitación sencilla en la que mi pequeña hija gemía con el aire que desde apenas dos semanas comenzaba a respirar. Había apresurado su nacimiento
y, por eso, no estaba lista para el mundo; por eso, por poco se convierte en
pasajera en tránsito fugaz de esta aventura.
Tras dos semanas en el hospital, al fin,
estaba en casa, con nosotros. Como si acabara, ahora sí, de nacer.
En esa habitación mi esposa descansaba
tras el parto, sus pechos listos para darle alimento a mi hija y yo, mera
compañía, torpe y casi excesiva, quería acompañarlos a ambos como si ninguna
otra misión tuviera mayor seriedad. Acunaba a mi otro hijo y acompañaba con la
mirada a la recién nacida como si la llevara yo mismo entre los brazos sin
nunca soltarla.
II
Algo más había nacido en esos días.
Cursaba el quinto año de la carrera de Comunicación Social y la materia que
ocupaba mi principal interés se llamaba Crítica Artística y Literaria. Era,
a ciencia cierta, más que nada un curso de historia y apreciación de la música,
a cargo de un experto en esas artes y las de la didáctica: el profesor
Ravanelli. A una de sus clases fue que llegó un día y –sin anunciar de qué se
trataba la audición– abrió la compuerta del equipo musical, colocó el disco y dejó
salir la música.
Lo que sonó fue la Gnossienne Nº1 de Erik Satie, que oí por primera vez en un ámbito no sé si del todo propicio, pero suficiente para engendrar en mí un enamoramiento por esa música que sonaba como si quisiera
callar, como si deseara volver al sonido primigenio: ese que me acompañaba
en la habitación de recién nacida de mi hija. Me acerqué tras la clase al profesor, le comenté la impresión
que me había causado la escucha y él me
mostró el disco que acababa de poner: una selección de piezas para piano a
cargo de Klára Körmendi.
En esos tiempos la tecnología más
avanzada para la audición de música eran los discos compactos (CD), y la
adquisición de estos no era sencilla para mí, por simples cuestiones
económicas. Me las arreglé, sin embargo, para sumergirme de lleno en la música para piano de este compositor sin par. Al otro día, al comentarle mi experiencia a un compañero de trabajo, me dijo: «tengo un caset con una grabación de Erik Satie; mañana la traigo».
En efecto, al día siguiente pude oír la
grabación y al posterior, mi hija nació de improviso y nos arrastró por horas
de temor hasta que su salud se restableció y pudo respirar por sus propios
medios luego de que maduraran sus pulmones inocentes, aún impropios para la
atmósfera terrestre.
Cuando mi hija se recuperó y pudimos
llevarla a casa, me atreví a reencontrarme con esa música que seguía resonando
en mí. El sonido de la grabación magnética era bastante deplorable, pero sin embargo, a
través de ese raspado tan característico de las cintas de caset, las piezas de
Satie se me aparecieron más bellas incluso que la primera vez que las oí.
Pronto descubrí el por qué: la interpretación era la que completaba el poder de
la partitura. Sin embargo, había un inconveniente: el caset no consignaba el nombre del pianista. Mientras sonaba en la
habitación, como si acompañase el aliento de mi hija, yo me preguntaba cómo era
posible tal poder y quién era el mago que lo aplicaba sobre mí.
Al poco tiempo acudí a una tienda y
compré el disco de Körmendi (en el sello Naxos) a través del cual había
conocido a Satie. La primera corroboración fue que no era la misma
interpretación que yo tenía en mi caset. Además, aunque mi formación como
oyente era precaria, me pareció que, aun cuando su abordaje del compositor
francés era hermoso, no alcanzaba las alturas del desconocido pianista de mi
modesta cinta. Poco podía imaginar que ese iba a ser el primer capítulo de un enigma
que tardaría mucho tiempo en desentrañar y que podía resumirse en la siguiente
pregunta: «¿quién era el pianista del caset?».
III
La búsqueda comenzó de inmediato y se
extendió por los días, meses... décadas siguientes. Era el año 1994 y como
periodista tenía posibilidad de tomar contacto con información de algunas compañías
discográficas que tuvieran a Satie en su catálogo. Encontré una distribuidora
en la Argentina de sellos de gran nivel, así que en el curso de un par de años compré
los discos correspondientes: las piezas para piano por Yitkin Seow (Hyperion),
junto con las piezas para ballet y las de Roland Pöntinen para el sello Bis.
Luego, me prestaron las de Yuji Takahashi en Denon. Grabé, en medio de esa
pesquisa, las de Pascal Rogé (Decca) y mandé a pedir en una disquería las
etéreas de Reinbert de Leeuw (Philips). Apareció, más tarde, el disco doble de
Aldo Ciccolini en EMI y una amiga me grabó una extraña incursión del actor
Michel Legrand en el mundo discográfico, justamente con Satie.
Es cierto: descubrí versiones
magníficas, muy distintas entre sí. Las de De Leeuw se acercaban de algún modo
a las de mi pianista ignoto y me subyugaron, al punto de ser mis favoritas en
lo provisorio. Las de Rogé me resultaron excelentes y un paso atrás puse en mi
preferencia las de Pöntinen. Encontré similitudes de tempi entre las de Seow y
Ciccolini, pero a pesar de la fama mucho mayor del ítalo-francés, siempre me
parecieron superiores las del pianista de Singapur.
IV
Eran tiempos sin la gran red, pero
recuerdo vívidamente que en mi primera incursión por internet dos de las
primeras palabras que coloqué en el buscador (Yahoo!) fueron: «Erik Satie». Tengo
de esos tiempos la impresión de unas páginas que hablaban de un gran experto en
las piezas para piano del francés, llamado Olof Höjer. Fue el candidato a
ocupar la identidad de mi pianista desconocido durante 15 años. Luego descubriría que no lo era.
En el transcurso de los tiempos me llené
de mucha música y fue en ese entonces en que acuné el objetivo de cumplir un anhelo:
aprender piano, aunque más no fuera para tocar las Gymnopédies y, especialmente, las tres primeras Gnossiennes. Iba a pasar mucho tiempo,
también, hasta poder hacerlo. Incluso cuando lo conseguí, el pianista seguía
sin revelarse.
Por cierto, internet se fue convirtiendo
en una gran fuente a través de la cual acceder a grabaciones que de otro modo
(al menos en la Argentina) era imposible. Así fue que descubrí grandes versiones,
como las de Daniel Varsano (Sony), la notable integral de Jean-Yves Thibaudet,
la de Boran Gorisec o las grabaciones de pianistas tan disímiles como Jean-Joël
Barbier, Laurence Allix, Anne Quéffelec o Håkon Austbø. Di finalmente con el
disco de Höjer y, de paso, también con una pianista argentina (Marcela
Roggeri). Se me estremeció el corazón cuando escuché la rendición de una para
mí desconocida Branca Parlic, que se puso también entre las favoritas
provisorias. Pero no: ninguno era mi pianista y, además, aun acercándose a su perfección, ninguno lo superaba.
V
Pero un día llegó Spotify a mi
computadora. Ingresé a esa «discoteca de Babel» y, por supuesto, obstinado, puse
en el buscador el mismo nombre: «Erik Satie». El resultado arrojó numerosos
discos, de pianistas ya conocidos muchos, y de otros ignotos. Y fui uno a uno
recorriéndolos, esperando encontrar el sonido que en aquel caset aún sonaba,
derruido pero contundente, como la mejor versión de las más representativas
piezas de piano del autor de Parade.
Y entonces apareció. En una portada
acorde con aquella vieja grabación que consistía en un retrato de Satie, «las dos
abstractas fechas» (al decir de Borges) de su nacimiento y su muerte, y dos
palabras convertidas en una: Pianoworks. La tapa no mencionaba el nombre del pianista, no, pero, al oír las versiones, mi pianista
desconocido se reveló en su sonido perfecto, en la dicción personal y profunda
de esas notas de aparente fragilidad. Fue hace dos meses, es decir, casi 19
años después de que el enigma se instaló en mí.
El pianista era el portugués João Paulo
Santos. La emoción me embarga aún al poder consignar su nombre. Él grabó –para el
modesto pero por entonces prolífico sello Digital Concerto– un disco que
incluía las Trois Gymnopédies, las
primeras Trois Gnossiennes, los Sports et Divertissements, los Pecadilles importunes, Menus propos
enfantines y los Embryons desséchés, entre
otras piezas. De esa edición, publicada en 1991, sacó seguramente mi amigo su
grabación en caset, que pasó a mis manos azarosamente con el cerrojo de un misterio
que acompañó mi propia formación como oyente.
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João Paulo Santos. |
VI
Saciado, aliviado, pensé en que la
posibilidad de conseguir la versión física de ese disco que para mí equivale a
un tesoro, era poco menos que fantástica. Así que, sólo por intentarlo,
repliqué la búsqueda en la página argentina de Mercado Libre. Sobreviví al paro
cardíaco: allí estaba, a la venta, en una copia nueva, a un precio accesible.
La quise adquirir pero el vendedor la sacó de su oferta, para reponerla semanas
después con un considerable aumento.
Igualmente, sentí que tener ese disco
era dar por cerrada una historia. Lo obtuve, lo disfruté como un manjar sonoro
que –puedo dar cuenta– no se agota al saborearlo. Y luego advertí que
justamente hoy se cumplen 90 años de la muerte de Erik Satie. Y pensé en mi
blog Oído Fino, que tanto quiero, sobre el que tanto trabajé y que tengo
bastante abandonado. Y decidí compartirlo, junto con esta historia que no sé
quién querrá leer, pero que quiere ser un homenaje múltiple: al genio de Satie,
al magnífico pianista que mejor lo ha interpretado (Santos), al profesor
Ravanelli y a la pasión por la música. Una pasión que no se deja vencer por los
enigmas. Una pasión que deja marcas difíciles de borrar, nutricias y
forjadoras, como esa luz que cae sobre el rostro de un recién nacido, como el
aire que respira por vez primera, como el alimento que una madre vuelca sobre
su boca para decirle que están vivos, y siempre unidos.
Anexo:
Top 36 de pianistas para Satie (*)
1)
João Paulo Santos
2) Branka Parlic
3) Reinbert de Leeuw
4)
Pascal Rogé
5) Jean-Yves Thibaudet
6) Håkon Austbø
7)
Yitkin Seow
8) Roland Pöntinen
9) Olof Höjer
10) Klára Körmendi
11) Aldo Ciccolini
12) Daniel Varsano (con Philipe Entremont)
13) Alessandra Celletti
14) Boran Gorisec
15) Steffen Schleiermacher
16) Marcela Roggeri
17) Jeroen Van Veen
18) Yuji Takahashi
19) Cristina Ariagno
20) Jean-Pierre Armengaud
21) Alexandre Tharaud
22) Katia & Marielle Labèque
23) Johannes Cernota
24) Frank Glazer
25) Gabriel Tacchino
26) Paul Martínez
27) Chisako Okano
28) Riri Shimada
29) Alessandro Deljavan
30) Aki Takahashi
31) Laurence Allix
32) Jean-Joël Barbier
33) Ronan O’Hora
34) France Clidat
35) Patrick Cohen
36) Anne Queffélec
(*) La lista se basa en las grabaciones que he oído y que incluyen no siempre las mismas piezas, pero que con las interpetadas basta para darse una idea de la capacidad del pianista para transmitir la partitura de Satie.
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